viernes, 22 de febrero de 2008

Un cuento para ti...(III)

¡Libre!

La pequeña locomotora de vapor había vivido toda su vida en el aburrido pueblecito de Ronquillo. Desde el día en que había nacido en el hangar de locomotoras, que había detrás de la casa de Pepe Carriles, el maletero, nunca había ido más allá de Roncazo, la plácida ciudad en la que se celebraba mercado todos los lunes y donde la línea férrea principal empalmaba con el ramal secundario.
Y por el ramal arriba y abajo circulaba todos los días la pequeña locomotora con minuciosa puntualidad. Todo el mundo ponía el reloj en hora al verla.
Cuando la anciana Carriles, la madre del maletero, veía el humo detrás del puente decía:
-Son las cuatro en punto.
Con la llegada del calor en verano, los turistas dejaban a menudo la línea principal y se dirigían por el ramal a Ronquillo.
La pequeña locomotora les oía comentar a menudo:
-¡Qué paisaje tan apacible y tan bonito! ¡Qué pueblo tan precioso y tan tranquilo!
Pero en algunas ocasiones ella no podía más de aburrimiento.
"¡Tranquilo!" pensaba. "Si supiera hasta qué punto...! Lo que está Ronquillo es profundamente dormido" Y se detenía entre bufidos ante un paso a nivel, abstraída y soñando despierta.
"Si al menos pudiera ver el mundo de ahí fuera, por el que corren los grandes expresos..."
Una mañana se levantó muy temprano, tanto que el maquinista todavía estaba dormido. De pronto pensó. "Ahora o nunca". Tengo en la caldera suficiente carbón como para llegar al fin del mundo. Esta es la aventura para la que nací. ¡No voy a ser yo menos que un expreso!
Luego pensó en el hangar de locomotoras, tan calentito, y en el maquinista, un señor muy amable que se llamaba Belausteguigoitia.
-¿Me fugo?-resopló- ¿Me fugo o no me fugo? ¿No me fugo? ¿Me fugo?
El maletero, que también se había levantado temprano, no podía dar crédito a lo que estaba viendo.
Un potro que llevaba en el prado desde la salida del sol, volvió la cabeza y dijo sonriendo:
-Pobre locomotora, es más lenta que una tortuga.
Un erizo, que acababa de levantarse, dijo:
-¡Cielo Santo, va veloz como un pájaro!
Una tortuga, que estaba a medio desayunar, como tenía la boca llena, no pudo decir nada.
Con cada resoplido, la pequeña locomotora se animaba más y más:
-¡Más marcha, más marcha, más marcha, más marcha!
Mientras tanto, el maletero, había avisado al interventor, que había avisado al maquinista, que había avisado al jefe de estación, que había telegrafiado y telefoneado a la estación de Roncazo, gritando:
-¡Detengan a la pequeña locomotora! ¡Se está escapando!
Demasiado tarde. La pequeña locomotora era libre.
-"¡Adiós, ramal! ¡Me voy a las tierras donde corren los grandes expresos!"

Graham Greene

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