De nuevo, la vida me ha llevado al silencio de la sala de espera de un hospital, y de nuevo, creo cierto que la fragilidad y la fortaleza se combinan en la profundidad del ser humano.
En los momentos difíciles de la vida, en el dolor, en la enfermedad, en soledad o en compañía,... Lo superfluo desaparece, y lo realmente importante se desvela. En este proceso, las personas nos vamos descubriendo verdaderamente, sin necesidad de excusas.
Todos ante momentos de incertidumbre, sentimos miedo, a todos nos cuesta aceptar el sufrimiento y la debilidad, todos nos sentimos, muchas veces, impotentes ante el dolor de otras personas, todos lloramos y sentimos angustia,... algunos cultivamos la paciencia y sencillamente rezamos, otros irremediablemente se desesperan...
Todos ante momentos de incertidumbre, sentimos miedo, a todos nos cuesta aceptar el sufrimiento y la debilidad, todos nos sentimos, muchas veces, impotentes ante el dolor de otras personas, todos lloramos y sentimos angustia,... algunos cultivamos la paciencia y sencillamente rezamos, otros irremediablemente se desesperan...
Pero más allá de la dureza de esta realidad, yo he visto otra realidad que no puedo dejar de contar.... He visto el amor silencioso que cuida con paciencia, el sacrificio y la entrega de muchas personas que gastan su propia vida por los demás. La perseverancia y la fortaleza de quien confía, la generosidad de quien ama hasta el final de la vida...
Tengo la certeza de que, hasta en los momentos más terribles de esta vida, todos tenemos la opción de decidir libremente como vivir, los acontecimientos que nos vamos encontrando...
He recordado, en el silencio de la sala de espera, que la vida es un precioso regalo, y que merece ser vivida con toda intensidad, hasta el último aliento.
Doy gracias por todos esos rostros anónimos que se entregan, gratuitamente por amor, en el cuidado de otras personas.
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